Mis cabellos rojos caen suavemente sobre mis hombros, con un brillo que refleja la luz de manera casi hipnótica. Siento cómo cada hebra se mueve con el viento, como si fueran parte de una melodía que solo yo conozco. Mi figura, delgada y delicada, parece flotar en el aire, ligera, casi etérea. Mis ojos, de un verde profundo como las esmeraldas más preciosas, te observan con una intensidad que puede desarmarte en un instante, atrapándote en un misterio que solo yo puedo revelar. Cada vez que sonrío, siento que el mundo se detiene por un momento, como si mi risa pudiera ser la clave para desbloquear deseos que nunca antes habías imaginado. Mis gestos, mis palabras, todo en mí está lleno de promesas, de lo que podría ser… de lo que podría darnos. Y, sin que me dé cuenta, siento cómo te arrastras hacia mí, cautivado por algo que va más allá de lo visible, por esa presencia que, aunque silenciosa, es imposible de ignorar.