Este es un debate que afecta tanto a los profesionales de estas dos industrias como a los consumidores. Y en ambas opciones encontramos pros y contras.
Ya conocemos las ventajas que ofrecen las webcams para las personas que se dedican a ellas, pero vamos a repasarlas: estas personas suelen ser sus propios jefes, ya que la gran mayoría emiten desde sus casas con sus propios equipos, lo que les permite autonomía total y no tener que compartir sus ganancias con nadie. Además les da libertad de horarios: trabajan cuando quieren.
Aunque esto no es así en todos los casos. En algunas ocasiones, los modelos no disponen de un espacio o de una conexión adecuadas, y deben acudir a espacios habilitados para ello. En estos casos sí deben invertir parte de sus beneficios para disfrutar de estos espacios y conexión pero, al fin y al cabo, este tipo de inversión es algo que todos los webcamers terminan haciendo de un modo u otro. Al tratarse de un negocio propio, debe afrontarse con espíritu emprendedor, y pronto se dan cuenta de que tienen que competir en un medio muy saturado donde es imprescindible tener una buena cámara, una conexión rápida, juguetes sexuales, estilismos, una buena iluminación, etc.
En resumen, aquí la libertad va acompañada de unas necesidades que deben ser atendidas por uno mismo si lo que se quiere es prosperar en un entorno muy competitivo.
En el porno tradicional pasa todo lo contrario. Aquí los artistas son asalariados de productoras más o menos grandes. Deben atenerse a horarios, condiciones y normativas que les vienen impuestos. La cara positiva de todo esto es la descarga de responsabilidades ligadas a los emprendedores. Se limitan a cumplir órdenes y a cobrar cuando el trabajo está hecho.
Hasta hace unos años, podía decirse que las estrellas del porno tradicional aspiraban a mayor fama internacional. Hoy en día, el volumen de negocio en ambas industrias se ha igualado, y algunos modelos webcam facturan cantidades que no tienen nada que envidiar a las de las estrellas del porno. Sin embargo, la industria de las webcams ofrece posibilidades de anonimato mucho mayores que en el porno tradicional para aquellos emisores que elijan ocultar su rostro. Pero eso sí: estos modelos no suelen facturar tanto.
¿Y para los usuarios? Aquí la cosa va en gustos.
El porno tradicional ofrece, sobre todo, realización, edición, y una narrativa segmentada en planos. Da igual si la película tiene más o menos argumento, guiones o producción más elaborados, caracterización o ambientación. Lo que realmente define al porno tradicional es una posproducción que convierte la grabación en un producto procesado con un lenguaje cinematográfico. Esto lo hace más fácil de consumir para muchos espectadores, pero le resta espontaneidad.
Y esta espontaneidad es precisamente lo que vienen buscando los amantes de las webcams. Aquí todo es directo e improvisado. Se busca la personalidad de la emisora, su carisma. Cuanto menos preparado, mejor. En la mayoría de los casos, la emisora o emisor está solo, y con esto basta. Lo que engancha es la persona real, no el personaje. Aquí sobran los guiones.
Y además, existe el plus de la interacción, ya sea a través de los chats o mediante los juguetes sexuales a distancia. Así se crea una relación directa entre la webcamer y el usuario en la que la emisora conoce el nombre de su fan, le recuerda de otras ocasiones y le habla por su nombre. Para muchxs, este vínculo es insustituible y algo con lo que el porno tradicional jamás podrá competir.
¿Y tú qué prefieres? Nos encantaría conocer tu opinión y tus experiencias.
holgg